En días como éstos, damos por descontado que tras los nombres se esconden secretos. Casi medio siglo atrás, el profesor J.R.R Tolkien dijo que éstos precedían a lo que se decía de ellos. “Dame un cuento —dijo él —, y yo te contaré una historia sobre ese nombre.” El parafraseo, como toda cita a medias, es inexacto, pero no por ello carente de verdad. Patrick Rothfuss, como otro de los herederos de Tolkien, sabía lo que estaba haciendo cuando escribió El Nombre del Viento. No sólo trató de levantar las velas de la fantasía con aires nuevos. Como los magos de Terramar —piedra madre, me atrevería a decir, del mundo construido por Rothfuss—, Kvothe sabe que los nombres son importantes. Sabe que cada uno encierra sus secretos.
El Nombre del Viento es del tipo de libros que te recuerdan a muñecas rusas. Tienes una historia dentro de otra historia, que a la vez es parte de un entramado mayor, y ese es el primer aspecto que puedo destacar de él, dando por descontado que es un libro sumamente atípico para su género. Es una obra plagada de detalles que dejará contentos a los meticulosos y a aquellos (entre quienes me incluyo) a quienes les gusta ver cada uno de los árboles que hay en el bosque. Y sin embargo lo mejor de El Nombre del Viento no es su exquisito esmero por el detalle, sino simple y llanamente sus historias secundarias. La encarnación de Tehlu y la captura del Señor de Los Demonios, o la caída y corrupción de Lanre, el futuro Haliax y mano maestra tras los temidos Chandrian, le suma muchos puntos a una novela que a primera vista resulta lenta y, cómo no, exagerada en su extensión. Hay quien podrá decir que lo dicho pudo haberse contado en doscientas páginas y no en las más de ochocientas, y tal vez sea cierto. Sin embargo, es un viaje que vale la pena hacer. La biografía de Kvothe tiene sus grandes momentos, como su vida entre la escoria de Tarbean, sus andanzas en la Universidad —especialmente su amistad con esta pequeña criatura oculta en los subterráneos de las facultades—, y, sobre todo, el nerviosismo atroz previo a su primera actuación en el Eolio. Ahí hay muestras lo suficientemente elocuentes para quien se sienta tentado. No hay magia y espadas en El Nombre del Viento, pero sí baladas tristes que te romperán el corazón. Eso, aunque diferente, se agradece. Y mucho.

Otro aspecto que es imposible dejar de lado es el lirismo de Rothfuss. Su prosa es de imágenes potentes. Aquellos que busquen belleza en este libro la encontrarán, porque es una obra prolijamente escrita. Me hago eco a la prensa que afirma que es una novela escrita con la mano de un poeta. El mundo delineado por el autor es hermoso, y la constante imaginería otoñal que reviste a la narrativa es sencillamente encantadora, además de apropiada. Es un preludio a ese silencio triple que, nos dice el narrador al comienzo y al final, es el silencio de quien espera la muerte. Kvothe es un héroe atípico de la fantasía, si es que puede llamársele héroe en lo absoluto. A veces me recordaba a Elric de Melnibone, por la accidentada geografía de su personalidad y la imperfección de su heroísmo; otras tantas me recordó a un Harry Potter que aprendió a valerse por sí mismo. En ese sentido el libro también da un poco de aire fresco. Estamos viviendo en el pellejo de un muchacho que no se salva por suerte o el sacrificio de su madre. Las costillas rotas y los latigazos que le llegan a nuestro pelirrojo nos duelen. A veces caen en el melodrama, pero son siempre creíbles, o casi siempre. En todo caso, te identificas con el personaje. Gran punto a favor, para aquellos quienes —como un servidor—, leen para encontrar respuestas.

Debo ser sincero y decir que El Nombre del Viento no es la mejor novela de fantasía que he leído en mi vida. Sin embargo, la recomendaré con el mismo entusiasmo que recomiendo siempre mis obras favoritas del género. Esto, porque tiene lo suficiente para encantar y deslumbrar, pero también lo suficiente como para quedar con ganas de más y buscar nuevas aventuras. Para aquellos a quienes el ritmo del libro sea insufrible y el humor —que lo tiene—, demasiado agrio, está el genial Libro del Cementerio, de Neil Gaiman, que Random House nos tiene de regalo esta temporada. 

Con todo lo dicho, El Nombre del Viento no defrauda. Y, si lo hace, te mueve a buscar más y mejores aventuras. Aunque pueda parecer paradójico, esa es una de las mayores virtudes de un buen libro. Dejarte con un “¿Y eso es todo?” atragantado en la garganta. El paso siguiente es ir a tu librería y/o biblioteca favorita y preguntar por las últimas novedades. O, si tienes el coraje y el talento, ponerte a escribir. Un libro que te deja con ganas de hacerlo mejor es el mejor libro. Después de leer el Nombre del Viento, me he quedado con la sensación de que aún nos queda mucha, mucha fantasía que escribir y que leer. 

Esperamos sus comentarios, al pulso del Silencio Triple. Un hombre o una mujer podrán morir, pero sus nombres —y sus historias—, les sobreviven. Ahí quedan, en el voluble manto del Viento. 


Por Emilio Araya Burgos, escritor.
http://elhuevomundano.blogspot.com
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3 Comentarios:

On 17 de marzo de 2010, 10:07 , Javier Maldonado Quiroga dijo...

Excelente reseña. Señalas las cosas como son, dejando claro tu punto de vista y sin tratar de quedar bien con nadie, resaltando lo bueno y lo malo.
Ahora, yo puedo decir que he tenido la fortuna de leer ENdV y es un gran libro. Obviamente siempre hay detalles que uno piensa podrían haber sido diferentes (y acá me refiero a la falta de más acción, pues a ratos se vuelve algo lento), pero el acabado general es magistral. Estoy a la espera del siguiente libro. Esta saga ya me ha enganchado, de eso no hay duda.

Saludos!

 
On 26 de marzo de 2010, 5:12 , Anónimo dijo...

ta buena la reseña no cacho muxo de libros pero dan ganas de llerlo nunca es tarde pa empezar ¡vale!

 
On 26 de marzo de 2010, 5:13 , Anónimo dijo...

ta buena la reseña no caxo muxo de libros pero dan ganas de llerlo nunca es tarde para empezar ¡vale!

 
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